Kahnweiler: Amistad y convicción.

«Mis galerías y mis pintores» Daniel Henry Kahnweiler. Edicions Árdora. Madrid 1991

Kahnweiler, joven de familia acomodada y predestinado inversor de bolsa, rompe con la tradición y abandona el mapa trazado por sus padres, que justo en ese momento lo llevaba a su Sudáfrica a tratar asuntos de amilia. Es entonces cuando Kahnweiler anuncia que lo que él quiere es ser marchante de cuadros.

 A esa decisión le debe muchísimo la historia del arte ya que, Kahnweiler, además de un gusto exquisito y arriesgado por la pintura (y por la escultura y si no que se lo digan a Manolo Hugué), cuenta con una serie de valores en los que cree y por los que lucha hasta el final. Me estoy refiriendo ya desde un buen principio a su protegido amigo y pintor: Juan Gris. Después de leer “Mis galerías y mis pintores” y otras entrevistas al marchante creo que es de justicia hacer una referencia constante a la lealtad que ambos se profesaron y a la admiración que tenía por él el marchante que convivió con Picasso, Braque, Léger y un largo etcétera. Las palabras que le dedican destilan ese sentimiento que surge en momentos puntuales de un ámbito de nuestra vida, cuando la convivencia con según qué profesionales se convierte en aprendizaje y en consecuencia en amistad. No es sinó por un amor muy fuerte por alguien que escribes su biografía mientras huyes de los nazis a través de Europa.

No negaremos que Kahnweiler era muy consciente de sus posibilidades. De inmediato contó con la ayuda de su familia y de Wertheimer, un amigo marchante en Londres. El libro narra una anécdota difícil de olvidar. Encontramos al viejo marchante con su pupilo joven y resabido por las salas de la National Gallery. Esperando una expectación total por parte del joven ante las pinturas de Reynolds, Constable o Gainsborough, el maestro le pregunta: “¿Qué te gusta más?”. El pupilo contesta: “A mí lo que de veras me gusta es El Greco”. Este apunte no es gratuito. Veamos cómo sigue la entrevista:

“También habría aceptado que le dijera Rubens, por ejemplo, o incluso Velázquez, pero no sé qué demonio me empujó a decirle nombre que sabía de antemano que le desagradarían o, en todo caso, que no estimaría como yo”

Si alguien estaba destinado a fijar los caminos de la pintura del siglo XX en París ese era Daniel-Henry Kahnweiler, el veinteañero judío que ya tenía entre sus pintores preferidos a Vuillard y a Bonnard.

Sin embargo, sería un gran error no considerar al otro gran marchante de la época: Ambroise Vollard. De la misma manera que en el resto del libro, exceptuando a Juan Gris, no encontramos un perfil de cada personaje. Vamos sabiendo más y más sobre ellos a través de la interacción con el entrevistado. En este caso Kahnweiler remite al momento en el que se interesa por la obra de Vlaminck, del quién Vollard era su principal comprador. En ese momento era Kahweiler quién debido a su buena posición podía adquirir un gran número de obras. En unas cartas que fueron publicadas años más tarde Vlaminck le explicaba a Vollard la oferta que había recibido de Kahnweiler y la respuesta fue: “Acepte, eso dará a conocer más su pintura”. Tanto Kahnweiler como el lector pueden darse cuenta de cuáles eran las circunstancias de los entendidos en arte en aquella época. Tenían ante todo una conciencia de cambio. Algo que difícilmente se ha podido ver en otras épocas: el arte se estaba adelantando a los acontecimientos y encontraría su clímax con las dos guerras mundiales.

Ambroise Vollard pintado por Paul Cézanne. 1899

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Sin embargo, Rafael Sierra, director de la brillante revista “Descubrir el Arte” en la editorial de febrero de este año se hace eco de cuando los galeristas no son ni Vollard, ni Kahnweiler, ni Castelli ni Curt Valentin. En ella se pregunta ¿Qué sería de los galeristas sin los artistas? Aunque en esta ocasión hayamos empezado a analizar qué sería del arte sin los galeristas del XX es de justicia que, tal y como dice Sierra, no dejemos de darle la vuelta a la pregunta  ni un solo segundo. Es justo en ese momento, en el que el poder emerge sobre el arte, cuando los valores que se le presuponen a los personajes que en él actúan, se desvanecen convirtiéndose en ruinas sin valor alguno. (Aquí podéis descargar la versión digital del número 156 de la revista).

Me hubiera gustado encontrar una foto de Kahnweiler con Juan Gris, pero no he encontrado ninguna. Aquí en el estudio de Picasso con su hijo Claude.

Si escojo a Kahnweiler es para tomar conciencia del papel decisivo que estos han protagonizado a lo largo de la historia del arte. Es especialmente importante que en estos momentos en los que los museos están viviendo cambios drásticos tomen el ejemplo de la actitud de oficio que en un pasado contenían los galeristas. Es en la retroalimentación de ambos donde se encuentra el futuro de los espacios expositivos y de la generación y visibilidad de nuevos artistas.

Aconsejo a todos la lectura de “Mis galerías y mis pintores” (en su preciosa edición de Árdora) así como la “Autobiografía de Gertrude Stein”. Un viaje maravilloso a la época dorada de galeristas y pintores.

Un alto en el camino